Por: Alejandro Mantecón
Recorrí algunas de las calles de la ciudad. La frontera, cualquiera de ellas, siempre son bulliciosas. Días antes en Hermosillo vi personas que provenían de algún país de Africa así como también del Medio Oriente. Me tocó ver caminar sobre la carretera a Nogales, bajo un sol pesado, en caravana a otros tantos.
Ahí en Nogales en una de tantas esquinas el taxi frenó. Un joven hizo señas para limpiar el parabrisas. Era notable que una de sus manos así como uno de sus brazos estaban atrofiados. Su pobreza era evidente, su delgadez y su hambre también. El taxista lamentó que a tan temprana edad consumiera drogas. Era muy joven, quizá 17 años pero parecía mucho mayor. La señal permitió que arrancamos quedando él en medio del tráfico, del polvo y del calor.
Un día antes el conductor de otro taxi me había llevado a mi destino platicándome de la suerte de ver las cosas con optimismo. Los taxis en Nogales son normalmente viejos.
Acudí a una fonda. Orgullosamente mostraban que vendían cahuamanta, un estofado a base de pescado muy rico en sabores que no había probado nunca antes. La televisión mostraba a Juan Gabriel cantando y el sonido de sus canciones se escuchaba incluso afuera del lugar. Cerca del lavabo algunos periódicos y algunas revistas viejas se encontraban regadas en una mesa. Se podía ver entre ellas a TV Notas.
De regreso a mi hotel el taxista, Don Ruben, de 72 años, y quien llegó a Nogales 50 años antes procedente de Altar me compartió con sentido agradecimiento al presidente el apoyo económico que recibe y que asegura que el mismo presidente dijo con orgullo que lo aumentará un 20% el año próximo.
Llegué a mi hotel. El aire acondicionado mantenía una enorme diferencia entre mi habitación y el mundo exterior. Encendí la TV empotrada en la pared sin prestarle atención al noticiero en inglés. Revisé mis mensajes usando el WiFi del establecimiento, todo en silencio y quietud. Pensé en los distintos momentos de mi día. Me cuestioné de quién era yo para calificar un «concierto» de Juan Gabriel, reflexionando el que los lectores, que se alimentan de las notas de TV Novelas, son tan electores como el que recita de memoria el libro más complejo del mayor pensador del mundo. Pensé en el joven en la calle. En su soledad, en su fuga a través de las drogas, en su vulnerabilidad diaria y caótica. En su inocencia. En su futuro. O en la falta de él.
Pensé en tantos como él que no tienen un horizonte de vida y que el morir intentando alcanzar aquello que no tuvieron, por el delito de nacer en la cuna donde los parieron, los lleva a vender drogas o formar parte de un grupo criminal en todo México. Si finalmente ya están muertos. Quizá, en el fondo, ellos son los honestos.
Y pensé en don Rubén, a quien el presidente le entrega la ayuda que él necesita. Que cree firmemente que el presidente ve por él, por los jodidos, por los que no vemos, ni entendemos, por los que el mañana es tan infierno con el hoy.
Regresé escuchando que el que bebe agua de Nogales jamás se va. Espero que Nogales jamás salga de mi.